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Los orígenes

Uno de los sueños más antiguos de la humanidad ha consistido en lograr desplazarse a distancias lejanas con rapidez, sin esfuerzo y con independencia. Históricamente este deseo se ha plasmado en numerosas manifestaciones, desde la alfombra mágica de la literatura árabe a la escoba de nuestras brujas europeas, hasta el maravilloso carro mencionado en el Ramayana hindú, en el que Rama y su esposa regresan a su casa después de innumerables aventuras.

Hoy a la alfombra mágica, a la escoba o al carro de Rama se les puede dar un nombre concreto: automóvil. La capacidad de desplazamiento, la rapidez y la independencia, se encuentran al alcance de millones de personas gracias al conjunto de mecanismos definidos por esta palabra que hace más de 100 años comenzó a dejar de ser mágica.

Por la fuerza de la costumbre, para la mayoría de los muchos millones de usuarios del automóvil, éste ha dejado de ser algo sorprendente para convertirse simplemente en necesario. Para algunos pocos, sin embargo, esa capacidad de asombro no ha desaparecido y se manifiesta en una curiosidad hacia todo lo que rodea el automóvil y en concreto hacia sus orígenes. A esos pocos curiosos se dirigen estas palabras.

Así empezó todo

Ocho siglos antes de Cristo, Homero narró en la Ilíada que Efestos, dios herrero del Olimpo, fabricó unos trípodes con ruedas de oro que, "de propio impulso" fueron capaces de ir al lugar donde los dioses se reunían y volver después a su casa.

Desde que Homero sustituyera al caballo de un carro por unas misteriosas ruedas de oro, los intentos para construir un vehículo que se moviera a sí mismo, han sido numerosísimos. Pero si consideramos estrictamente la frase de Homero "de propio impulso", como la eliminación de toda fuerza animal aplicada directamente o a través de ingeniosos mecanismos, no cabe la más mínima duda de que el primer mortal que logró emular al dios Efestos fue Nicolás José Cugnot, quien el 23 de octubre de 1769 realizó una demostración ante las autoridades francesas de un vehículo movido por la fuerza del vapor y que fue capaz de recorrer 3,9 km en una hora.

Desde 1769 hasta hoy han pasado más de cien años, sin embargo en 1986 se celebraba el centenario del automóvil. Por su parte la prensa francesa celebró esta conmemoración en 1984, los suizos tienen su propio criterio respecto a este tema y tampoco los italianos o ingleses están de acuerdo entre sí o con los anteriores.

Frente a este aparente caos no cabe menos que preguntarse cual es la razón de esta diferencia de criterios en cuanto a fechas y si realmente hubo un inventor del automóvil.

La respuesta a esta doble pregunta es igualmente doble: en primer lugar no se puede afirmar categóricamente que alguien fuera el inventor de lo que hoy conocemos como automóvil, ya que éste es el resultado de una evolución técnica lenta y a la que han realizado aportaciones cientos de inventores. En este aspecto se puede decir que el automóvil es hijo de mil padres. En segundo lugar, las innumerables atribuciones de paternidad sobre la criatura proceden siempre de los países en los que el nacimiento se supone que ocurrió; y sin duda la simpatía, el chauvinismo o falso orgullo nacional, la autocomplacencia, pero igualmente la deformación de la realidad por la cercanía y por la facilidad de investigación, han deformado la interpretación histórica y quitado objetividad a sus intérpretes.

No tenemos nosotros los españoles la oportunidad de caer en la misma tentación ya que no reivindicamos este invento para ninguno de nuestros genios, el vehículo automóvil más antiguo que se conoce en España fue el que construyó Pedro de Ribera en 1861. Era un vehículo movido por un motor de vapor que recibió el nombre de Locomóvil Castilla. Este artilugio llegó a realizar un viaje desde Valladolid a Madrid llevando pasajeros. Los 10 CV que generaba su motor le permitían alcanzar una velocidad máxima de 15 Km/h, velocidad nada despreciable para el peso del Locomóvil, y para el estado de los caminos de la época. Pero este era, igual que el de Cugnot, un vehículo movido por vapor, pero posterior. Así que involuntariamente, estamos en situación de juzgar con la mayor ecuanimidad en tema tan discutido.

Lo primero que tenemos que decir, y en esto están de acuerdo todos los que tratan esta materia, es que Cugnot más que el primer automóvil lo que creó fue el primer vehículo móvil, y que su invento tiene poco que ver con nuestros actuales automóviles siendo más un precedente que un antepasado.

Si buscamos la paternidad del automóvil retrocediendo de una forma continua en el tiempo, considerando siempre una relación técnica, industrial o comercial entre cada realización automovilística y la que inmediatamente le ha precedido en el tiempo, llegamos hasta dos trabajos muy próximos física y temporalmente; el triciclo de Karl Benz y el coche sin caballos de Daimler y Maybach; el primero construido a caballo de los años 1885 y 1886, en Mannheim, y el segundo realizado en el mismo 1886 y en Cannstatt, a pocos kilómetros de Mannheim.

Hasta estas dos realizaciones llegamos de una forma continua, sin saltos ni interrupciones que nos indiquen que el camino se hubiera cortado.

Con anterioridad a los trabajos de Benz y Daimler se construyeron otros automóviles, es decir, otros vehículos movidos por un motor de combustión interna que funcionase mediante combustible líquido. Ejemplos de estas realizaciones fueron los automóviles de Siegfred Marcus (1865 y 1874), o los de Delamarre de 1883 y 1884. Estos últimos fueron logros técnicos que nacieron y murieron ignorados y sin descendencia. No entraremos en la polémica de por qué no tuvieron continuidad, pero lo que sí es cierto es que fueron realizaciones aisladas y no sería lógico tomarlas como referencia histórica del inicio del automóvil. Si Benz o Daimler no hubieran construido sus vehículos, la historia automovilística sería otra, si no lo hubieran hecho Marcus o Delamarre nada hubiera cambiado.

En esto se plantea una situación parecida a la que tiene lugar cuando se habla del descubrimiento de América afirmando que fueron los vikingos y no los españoles quienes lo realizaron. Los vikingos no descubrieron nada, simplemente llegaron a una tierra, prácticamente tropezaron con ella y no supieron con lo que tropezaban. Descubrir supone, o implica revelar algo a los demás. Si el descubrimiento permanece ignorado no lo es tal; si nadie se entera, si no existe aprovechamiento ni continuidad, no se puede hablar de descubrimiento. El mismo criterio puede y debe ser aplicado a un invento y pienso que así ocurre con las realizaciones de Benz y Daimler.

En fin, esta es mi opinión, muy discutible por supuesto, y no pretendo con ella afirmar categóricamente que así fuera. Lo único que pretendo con estas líneas es que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo aquí expuesto es lo que históricamente sucedió, no estar de acuerdo con ello no va a cambiar nada y por otro lado, lo realmente importante es lo que cada uno de nosotros pensemos.

Carro de Nicolás Cugnot

Locomóvil Castilla

Benz Patent Motorwagen

Delamarre

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