Cuando se presentó en 1933, las prestaciones del modelo 380 no satisfacían por completo. Los 90 CV del motor de ocho cilindros y 3.820 cc (120 CV cuando actuaba el compresor) eran más bien escasos para mover con viveza un automóvil de 2.100 kg. La utilización del compresor se aconsejaba que fuese durante períodos cortos de tiempo, so pena de dañar gravemente el motor.
Por este motivo, un año más tarde Daimler-Benz lanzó el 500 K, cuyo aumento de cilindrada hasta 5.018 cc originaba, asimismo, un incremento de potencia: 100 CV y 160 CV con compresor.
Pero en el 500 K, además de crecer el motor respecto al del 380, también lo hizo el chasis. La batalla pasó de 3.140 mm a 3.290 mm, y las vías delantera y trasera, de 1.435/1.480 mm a 1.515/1.502 mm. Mejoraba así no sólo las prestaciones, sino el empaque de las carrocerías con que luego fueron dotados.
La suspensión delantera la dirigían brazos transversales paralelos y muelles helicoidales; mientras que atrás se emplearon ejes oscilantes y dobles muelles en cada rueda. Con esta combinación se conseguía una adherencia óptima, además de la suavidad que debía caracterizar a un vehículo de tal porte.
En su publicidad, el Mercedes-Benz 500 K se comparaba a un tren y se garantizaba al comprador que viajaría más cómodo en el automóvil, además de llegar antes al lugar de destino. De todos modos, ni uno ni otro estaban al alcance del ciudadano común. El 500 K costaba en 1934 diez veces más de lo que tenía que desembolsar el comprador de un Opel Super 6, un auto que con su motor de seis cilindros tampoco era una mala oferta, ni tampoco lo más barato del mercado. Mientras que automóviles como el Hanomag Sturm o el Opel Super 6 alcanzaban velocidades de entre 112 y 118 km/h, el Mercedes podía sobrepasar los 160 km/h una vez conectado el compresor. Una velocidad superlativa teniendo en cuenta el tipo de carretera por las que debía circular y su peso elevado: casi dos toneladas y media nada fáciles de manejar.
Ese tonelaje, las altas prestaciones y el compresor pasaban otras facturas menos cuantiosas pero también más diarias: el 500 K consumía cerca de treinta litros de gasolina cada cien kilómetros y más de diez litros de aceite cada mil quinientos kilómetros.
Estas consideraciones no desacreditaban al suntuoso Mercedes-Benz, sino que lo situaban en un contexto. Era un sueño que pocos se permitieron, pero demostraba claramente los altos vuelos de un país en pleno desarrollo industrial y con expectativas ambiciosas de futuro. Además, situaba a la compañía donde siempre le gustó de estar, en la cima de los fabricantes de automóviles.
A partir de 1936, Fue reemplazado por el 540 K (5.401 cc) de 115 y 180 CV. Aún se llegó a crear el prototipo del que debía ser un 580 K, de 130 y 200 CV y capaz de superar los 200 km/h. El estallido de la guerra dio al traste con la idea.